Río de lágrimas: instantáneas al filo de la guerra
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- Published: Friday, 18 February 2011 14:53
Comimos con un par de médicos Karen. Uno de ellos preparó una trampa para conejos en la selva, atrapó uno y lo asó.
Así es la vida sin abogados ni señales de tráfico. No hay policía. No hay tribunales. Les pregunté con todo detalle sobre su sistema de administración de justicia. Si se acusa a alguien de un delito grave, se transfiere al acusado al ejército Karen, que sentencia el caso. Si alguien comete un delito menor dentro de la aldea, se le deja atado durante una noche. Según me explicaron brevemente, los aldeanos le atan los tobillos juntos -- pero no las manos-- y lo sueltan a la mañana siguiente. Parecería tratarse más de una especie de humillación pública, similar a la que puede ocurrir en lugares como Afganistán --aunque la humillación allí puede adquirir la forma de sodomización perpetrada por un hombre o mediante un objeto.
“¿Cuál sería el delito típico?” pregunté. A veces un hombre se emborracha y pega fuego a su propia casa. “¿Quema su casa a propósito?”, pregunté. “Sí, a veces un hombre a fuego su propia casa.” “¿Y qué hacéis cuando se produce un incendio?”, seguí preguntando. “Construimos casas separadas unas de otras.”
En esta selva hay de todo: desde malaria a cobras pasado por minas anti-persona… de todo, sí, pero no hay médicos y apenas hay medicamentos. Los militares británicos llamaban a esta zona “la selva sucia”, al contrario que a la de Borneo, que denominaban “selva limpia”. Las selvas sucias encierran más parásitos y más enfermedades, y muchos otros riesgos que han terminado con las vidas de innumerables soldados y habitantes.
Y llegó la hora de marcharnos. Nos encaminamos hacia el barco para iniciar nuestro viaje de vuelta.
El Consejo SPDC utiliza el río como vía de transporte en las zonas donde se enfrentan a emboscadas, y por ello viajan como civiles. Un hombre Karen nos dijo que, unos cuantos días antes, soldados Karen habían tendido una emboscada a soldados del SPDC que cruzaban río arriba en un barco. Seis de estos miembros del Consejo murieron y/o resultaron heridos. Nos contó que los Karen habían interceptado comunicaciones por radio del SPDC de las que se desprendía que se habían producido seis bajas.
Avanzando trabajosamente por el río, de vuelta a territorio tailandés, nos topamos con un cadáver que se había quedado atrapado entre unas redes de pescar, en el río Salween. Tal vez el cuerpo pertenecía a un soldado del SPDC y había ido flotando río abajo desde la zona donde supuestamente se produjo la emboscada. Nos imaginamos la sorpresa que se podría llevar un pescador que anduviera faenando de noche, con una luz. Apunté las coordenadas para informar a las autoridades tailandesas.
En resumen, mi experiencia en Birmania apenas sí ha rozado la superficie. Muchas personas han dedicado años enteros a trabajar con organizaciones de la resistencia o a facilitar ayuda humanitaria, o simplemente a hacer contrabando o realizar algún tipo de turbio tejemaneje. Unos son misioneros; otros, mercenarios... y, como dice el refrán, muchos son simplemente inadaptados.
Las empresas y negocios que han madurado en torno al conflicto son complejos y no siempre altruistas. Y siempre está ese aspecto constante de “vendas y gasas por dólares”: algunas organizaciones consiguen grandes cosas, mientras otras apenas hacen nada y gastan mucho dinero realizando costosos videos para recaudar fondos.
Antes de decidirnos a contribuir a cualquier causa en pro de este país -- o de cualquier otra parte del mundo-- es imprescindible hacer la correspondiente investigación. Por cada bala hay una mentira... y no debemos dejarnos engañar por las lágrimas de cocodrilo.
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